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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
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ISBN:
Editorial: Siglo XXI de España Editores
“Las venas abiertas de América Latina” debería ser una lectura obligatoria para cualquier latino. Eduardo Galeano utilizó su talentosa pluma para contar historias que los vencedores omitieron. Explica de forma práctica cómo Europa, primero, y Estados Unidos, después, dominaron nuestra región: la aniquilación de indígenas, el saqueo de los recursos naturales y el abuso del imperialismo. Crudo pero cierto.
América Latina siempre tuvo el rol de perdedor en el mundo. Desde que llegaron los primeros europeos occidentales, con Cristóbal Colón como pionero en 1492, se encontró frente a esa realidad.
Hoy en día han cambiado las funciones de la región, pero aún sigue al servicio de las grandes potencias.
La épica historia de los españoles y portugueses que arribaron al Nuevo Mundo estuvo marcada por la propagación de la fe cristiana, además de la usurpación y el saqueo de todas las riquezas naturales.
Dejaron al continente desnudo: robaron la plata y el oro, destruyeron prácticamente todas las ciudades y en sus lugares emplazaron iglesias. Asimismo, esclavizaron a los nativos.
Con diferentes matices, esto sucedió en Tenochtitlán, Cuzco, Potosí y la Villa Rica de Ouro Preto.
El enorme desnivel de desarrollo entre ambas culturas hizo que los europeos conquistaran fácilmente al continente. América pareció “una invención más” del Renacimiento, planteó Eduardo Galeano.
Entre el asombro indígena y las pestes traídas desde el Viejo Continente, la dominación fue relativamente fácil.
“Los metales arrebatados a los nuevos dominios coloniales estimularon el desarrollo económico europeo y hasta puede decirse que lo hicieron posible”, explicó el autor.
Con el crecimiento económico de Europa a costa de América, las desigualdades crecieron en todo el mundo. Empezaron a ser más notorias a partir de la conquista. También pasó con los saqueos de la India por parte del Reino Unido y de las Indias Orientales en manos de la Compañía Holandesa.
Aunque los verdaderos números fatales están en la población indígena. Antes del arribo español, se estima que había al menos 60 millones de ellos en América. Un siglo y medio después, apenas quedaban tres millones y medio.
La Iglesia fue socia y cómplice de todo esto. No alcanzó la Bula firmada por el papa Paulo III que consideraba a los indios “verdaderos hombres”.
Más allá de todas las aberraciones, las culturas precolombinas fueron capaces de dejar un legado.
Galeano señala que los incas idearon técnicas para pelear contra la sequía, los mayas fueron capaces de medir el tiempo y los aztecas construyeron islas artificiales.
Túpac Amaru es otro ejemplo maravilloso de la resistencia nativa. Generó una revolución en Cuzco, abolió los impuestos, prohibió la mina de Potosí y liberó a los esclavos. Finalmente fue capturado y asesinado por los españoles.
Hoy en día, una de las pocas cosas que quedan de la cultura incaica es el consumo de coca. Ni siquiera las coloridas vestimentas de las mujeres de Bolivia y Perú son autóctonas: fueron obligadas a vestir así por los conquistadores, imitando los atuendos de las damas ibéricas.
Lo que sí se mantiene es la explotación indígena. Han sido marginados y expulsados a las regiones más remotas del continente, al mismo tiempo que fueron incorporados al sistema de forma indirecta.
Una vez descubierto el oro y la plata, Cristóbal Colón regresó a América en su segunda expedición con caña de azúcar. La plantó en lo que hoy es República Dominicana.
El azúcar era muy codiciado en Europa, por lo que su expansión en América no hizo más que acrecentar las arcas de los conquistadores. Esto trajo también a miles de esclavos provenientes de África.
Sin embargo, el mayor productor de la caña y sus derivados no fueron las colonias españolas sino Brasil. Previo al descubrimiento del oro en Minas Gerais, los grandes terratenientes explotaron las plantaciones de Bahía y Pernambuco.
Apoyados económicamente por la Compañía Holandesa -y luego conquistados por estos-, convirtieron una región húmeda y fértil en una sabana.
Algo similar sucedió en Cuba con los ingleses, cuenta Galeano. La isla pasó de ser un centro naval importante a ser una gran plantación de azúcar a partir de la llegada británica.
“El pueblo que confía su subsistencia a un solo producto, se suicida”, dijo alguna vez José Martí, citado en esta ocasión por el autor uruguayo.
Cuba estuvo presa por el azúcar: era lo único que producía, por lo que necesitaba importar todo lo demás. Hasta que llegó la revolución en 1959.
Dio vuelta la ecuación. Utilizó el azúcar ya no como factor de subdesarrollo, sino como piedra hacia el desarrollo a pesar de los obstáculos que le pusieron al socialismo.
Retomando la explotación de Brasil, Galeano también aclara que hubo algunas sublevaciones por parte de los esclavos. Los cimarrones, por ejemplo, pudieron crear el reino negro de los Palmares en el nordeste.
Allí retomaron sus tradiciones africanas, practicaron el policultivo y aguantaron las avanzadas portuguesas y holandesas.
La esclavitud se abolió en 1888 en Brasil. Sin embargo, la explotación de la comunidad afro y la aborigen continuó gracias a los latifundios y el comercio de campesinos. En gran parte se debió al auge del caucho y el café.
Algo similar se vivió en Venezuela, Colombia, El Salvador y Guatemala con el cacao y el café, o en México -y otra vez Brasil- con el algodón.
En estos días, América Latina sigue alimentando a las potencias mundiales. Aunque es Estados Unidos el que más poder ha ejercido en la zona.
Galeano sostiene que la economía estadounidense necesita los minerales de nuestra región. Desde el petróleo hasta el cobre o el cinc, entre otros.
Los minerales se encuentran en el subsuelo de la Tierra, que muchas veces han fomentado golpes de Estados o revoluciones.
En Brasil, los yacimientos de hierro del valle de Paraopeba provocaron las caídas de dos presidentes. Quien asumió el poder fue el mariscal Castelo Branco, que los cedió a la Hanna Mining Co.
Eurico Dutra también hizo lo mismo con el manganeso del estado de Amapá, dándoselo a la Bethlehem Steel.
La misma historia se repitió en Bolivia, Perú, Venezuela, Chile, Guyana y en la Cuba antes de la revolución.
Por esto mismo, la prosperidad latinoamericana en el mercado mundial siempre fue ilusoria.
“El siempre efímero soplo de las glorias y el peso siempre perdurable de las catástrofes”, comentó Galeano.
En Chile, por ejemplo, el gobierno de José Manuel Balmaceda decidió nacionalizar los distritos salitreros y dejar de exportar a Inglaterra.
La experiencia duró poco: el empresario inglés John Thomas North -junto a otros más- financió a los rebeldes para generar una guerra civil y sacar al Balmaceda del poder.
Cuando el salitre dejó de ser negocio, en el país trasandino volvió a pasar lo mismo con el cobre. Todo esto benefició a los inversores extranjeros y desnudó aún más las deficiencias estructurales de la nación.
En Bolivia fue con el estaño. Simón Patiño, el descubridor de la veta, manejó a su antojo al país desde Europa. Colocó y sacó presidentes y ministros, mató de hambre a los obreros y, por supuesto, hizo crecer su riqueza a costa de la pobreza del país.
Como el suelo estadounidense se está quedando exhausto, Estados Unidos ganó por partida doble en Brasil y Venezuela. No sólo paga el hierro más barato, sino que también deja descansar a su tierra. Negocio y seguridad nacional, agrega el autor.
En tanto que en el petróleo los amos son la Standard Oil y la Shell.
“Con el petróleo ocurre, como ocurre con el café o con la carne, que los países ricos ganan mucho más por tomarse el trabajo de consumirlo, que los países pobres por producirlo”.
Con la independencia de las colonias, el debilitamiento de España y la derrota de Napoleón, el gran beneficiado fue Inglaterra.
Galeano explica que la revolución industrial hizo avanzar de manera exponencial a la isla. Si bien ya dominaba el tráfico ilegal de ultramar, los hechos mencionados anteriormente le dieron un poder más visible.
Como no pudo conquistar a las incipientes naciones, optó por otra vía.
Aplicó una política que favoreció su negocio, cuidó que América Latina cayera en manos de Estados Unidos o Francia, y previno posibles revueltas locales.
“El comercio libre enriquecía a los puertos que vivían de la exportación y elevaba a los cielos el nivel de despilfarro de las oligarquías, pero arruinaba las incipientes manufacturas locales y frustraba la expansión del mercado interno”, decía el autor.
Así, Inglaterra se convirtió en la fábrica del mundo. Aprovechó su ubicación geográfica y su gran cantidad de puertos para recibir materias primas de América, África y Asia que las fábricas locales convertían en productos.
Aunque probablemente su mayor producto de exportación haya sido el libre comercio. Lo defendía hasta con armas en caso de ser necesario.
En Argentina, esta política caló hondo. Se transformó en proteccionismo versus librecambio, el interior contra el puerto.
Y Paraguay, que era la única experiencia de desarrollo independiente, fue aniquilado tras la guerra de la Triple Alianza ante Argentina, Brasil y Uruguay.
Más cerca en el tiempo, Estados Unidos controla la escena regional en lugar de Inglaterra. Sobre todo, luego de la Segunda Guerra Mundial.
El imperialismo abarca las tres cuartas partes de las inversiones extranjeras hechas en América Latina.
Las grandes compañías hacen inversiones ínfimas, consiguen sucursales y logran apoderarse de los procesos internos de industrialización. Además devoran a las fábricas locales con el aval de los gobiernos de turno.
“El intercambio desigual funciona como siempre: los salarios de hambre de América Latina contribuyen a financiar los altos salarios de Estados Unidos y de Europa”, explica Galeano.
Sobran ejemplos de políticos e influyentes nacionales que aseguran que los negocios privados de las potencias benefician a sus países.
Se lo vende como una salvación, pero no hace más que perpetuar el rol siervo y pobre de América Latina en el mundo.
El autor hace énfasis en remarcar que este sistema es engañoso:
Galeano añade que las empresas inversoras no se preocupan por los países a los que deciden ir: “la nación es nada más que un obstáculo a saltar, porque a veces la soberanía incomoda, y una jugosa fruta a devorar”.
Allí coinciden con las clases dominantes locales. “La burguesía se ha asociado a la invasión extranjera sin derramar lágrimas ni sangre”, cuenta.
A esto se suma la llegada masiva de bancos estadounidenses a América Latina. De esta forma, se desvía el ahorro latino hacia las compañías norteamericanas que operan aquí. Al mismo tiempo, nuestras empresas quedan asfixiadas al no poder disponer de créditos.
“La región ha sido condenada a vender sobre todo productos primarios, para dar trabajo a las fábricas extranjeras”, analiza Eduardo. Para colmo “la riqueza que genera no se irradia sobre el país entero ni sobre la sociedad entera, sino que consolida los desniveles existentes e incluso los profundiza”.
Este legendario ensayo del periodista y escritor Eduardo Galeano describe de forma cruda y real cómo nuestra región siempre fue saqueada y dominada por las potencias.
“Las venas abiertas de América Latina” abarca desde la conquista europea hasta mediados del siglo XIX.
Primero fueron los españoles y los portugueses en aniquilar a los indígenas y explotar el oro y la plata del continente para hacer rica a Europa.
Luego, con la llegada masiva de esclavos provenientes de África, fue el tiempo de abusar de las tierras fértiles. Aparecieron plantaciones de caña de azúcar, café, cacao y algodón, entre otros, para dominar al continente.
Posteriormente, sucedió lo mismo con la búsqueda de minerales.
Con la independencia de las colonias y la creciente industrialización, Inglaterra se adueñó de la región a partir del libre comercio.
Mientras que desde el siglo XX, Estados Unidos trajo el imperialismo para manejar los mercados locales por dentro.
En todos se repite la misma lógica. América Latina fue ultrajada y aprovechada sin escrúpulos por las naciones más poderosas de cada época.
Publicado en 1971, este libro aún se mantiene vigente.
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Eduardo Galeano fue un escritor y periodista uruguayo, reconocido como uno de los más influyentes de la izquierda en América Latina. A lo largo de su exitosa trayectoria logró combinar... (Lea mas)
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